Cuando empecé a escribir tenía, al menos, ocho años. Todos mis textos describían con sobradas metáforas y edulcorados adjetivos, todo aquello que se cruzara delante de mis ojos. Tenía sed de palabras y de papel. Pero, ¿eso era realmente ser creativa?
Lo hacía sobre unas hojas un poco más chicas que el formato A4 que mi papá traía de su trabajo y que fueron oportunamente recicladas durante mis momentos de inspiración.
Usaba la carilla blanca puesto que del otro lado convivían letras impresas homologadas con sellos y firmas aparatosas. Entre tanto garabato, algunos números y saludos formales le quitaban el espíritu a la hoja en blanco. Trataba de que eso no me inhibiera, por tanto nunca daba vuelta las hojas sino hasta que fueran selladas por mi propia letra.
La cosa es que ahí nacía la magia.
Con el tiempo, muchos años después, ya enderezada por los tecnicismos y encaminada por la ruta académica, la lapicera se quedó sin tinta, la máquina de escribir sin cinta y mi disco de AOL me dejó sin Internet. Pasaba largas horas en el cyber tratando de concentrarme para “hacer” una oración. Recortaba hojas A4 en el tamaño de las primeras, como para que aquello motivara a esa niña creativa que solía escribir sin respiro. Miraba el cielo buscando ideas que cayeran y se impregnaran en mi cabeza en lucha feroz contra algún que otro piojo y más de una cana.
Un día, y así como quien no quiere la cosa, abandoné la misión y me puse a responder el teléfono en una oficina. Pasaba mensajes, guardaba turnos, ponía sellos en hojas homologadas y amontonaba unas temerosas ojeras que prometían ponerse de color violáceo.
No va que un día me vi sentada en el asiento contrario a mi aburrida silueta que viajaba en el subte B con destino a Corrientes y Callao. Era mi yo de ocho años. No tenía la Barbie, ni un pequeño Pony en mis manos, no calzaba zapatillas con brillos, ni mi pelo se sostenía con un exuberante moño. Tenía un portaminas rosa y una libreta haciendo juego. Mi yo pequeña llevaba esos dos tesoros como si allí se guardaran las contraseñas de todas las puertas.
Mi yo pequeña miraba todo a su alrededor. Se detenía a entender lo que miraba para escribirlo. No estaba en el escenario más inspirador y no llovía sobre ella ninguna catarata de ideas. Estaba ahí, desprotegida y envalentonada, entregada al abismo de la escritura.
Llegué a la oficina y renuncié aludiendo que no era feliz y que mi única motivación era escribir. No sé si me creyeron pero antes de escuchar sus risas hipócritas (típicas de quienes hacen la felicidad con dinero y sin este se quedan en Pampa y la vía) me vi sentada en el subte B, de regreso a quien sabe donde, escribiendo en un papel que apareció en la cartera. Escribí dos párrafos pálidos y debiluchos sobre una mujer fumadora y frustrada.
No estaba conforme, pero empecé a buscar a esa mujer en el subte porque si la escribía, existía. La encontré y la dejé ir, pero inconscientemente me entregué a seguirla y así describí su vida por completo: su historia, sus penas, la razón del por qué enciende un cigarrillo por las mañanas y otros tantos más el resto del día. Lloré contándola. Reí salvándola. Ella se sabía ignorada por todos, pero mi yo pequeña y mi yo adulta la habían visto venir.
Eso significa ser creativa -me dije- sacar el papel y la lapicera imaginaria cuando es necesario, y no porque esté inspirada, sino porque ante mis ojos tengo algo por contar. Eso hacía cuando era niña, buscaba información y le daba forma.
Hoy, más de 30 años después de aquel acontecimiento en un subte, soy redactora creativa. Paso mis días contando algo para que alguien lo lea y actúe en consecuencia con ello, como vos lo estás haciendo ahora.
Quizás te dan ganas de descubrir por qué perdiste ese enamoramiento por las palabras. Quizás nunca lo sentiste, pero qué bien te vendría tenerlo.
Te invito a un viaje -no el subte, claro- en el cual, te aseguro que vas a encontrar la respuesta a la pregunta: ¿qué significa ser creativa? Significa que tenés la capacidad de crear y para crear algo necesitarás información, siempre.
Y práctica. Para eso está pendiente la invitación a viajar, depende de vos.